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Perdedor en El Amor

Perdedor en El Amor

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Introduction
"Ezequiel y yo éramos amigos de la infancia. Sabíamos casi todo sobre el otro. Un día, Ezequiel me propuso matrimonio. Estaba empapado, de pie bajo la lluvia torrencial. Dijo: «¿Te casarías conmigo?». Aunque lo había hecho para cumplir el deseo de su madre agonizante, respondí que sí. Yo sabía que Ezequiel amaba a otra persona, pero él no sabía lo que yo sentía por él. Un certificado de matrimonio era lo único que nos mantenía juntos. Lo nuestro solo existía en los papeles. Sin embargo, habíamos hecho algo que no deberíamos haber hecho, y había quedado embarazada. ¿Qué sentido tenía permanecer en un matrimonio sin amor? Me hice un aborto y le pedí el divorcio. Sin embargo, se puso furioso, me sujetó con brusquedad y dijo algo que me dejó helada: «¿¡Por qué estás tan segura de que no te amo!?»"
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Chapter

Me llamo Kirio White y tengo 24 años, soy una «mujer casada» y mi marido, Ezequiel Davis, es mi enemigo mortal.

—Oye, ¿es que se te ha ido la cabeza? ¿Por qué te has casado con él?

Nuestros conocidos siempre nos hacían la misma pregunta y mi respuesta siempre fue la misma: —El juego ya ha empezado y quien bien te quiere te hará llorar. Si no hay discusiones ni problemas significa que no hay amor. Lo que ves es nuestra forma de querernos.

Pero, enfrente a mi mejor amiga, Yvonne Gray, tan solo con ella me quejaba de toda esa tristeza que se había acumulado en mi corazón durante esos dos meses, justo cuando ella acababa de volver de Estados Unidos. No había tiempo para descansar y le sorprendió saber que yo me había casado con Ezequiel Davis.

—Es una larga historia.

—Entonces déjate de rodeos y ve directa al grano.

—Era una noche oscura, un relámpago cruzó el cielo y empezó a llover con intensidad.

Yvonne me miró y no supo que decir.

—No me cuentes todos los detalles. ¡Mejor vayamos directas al grano!

—La película comenzó de esta manera, así que ten paciencia.

— Vale, perdona. ¡Mea culpa! ¡Sigue!

Aquella noche mis padres no volvieron a casa después de haber ido a visitar a mi abuela. Tenía tanta hambre que me levanté y me hice un plato de fideos. Se me olvidó echar la llave y, de repente, se abrió y apareció el idiota de Ezequiel Davis, totalmente empapado. Dejó todo el salón sucio y lleno de huellas mojadas. Parecía un fantasma salido de la noche. Con el rostro ensombrecido caminó directamente hacia mí. Me sorprendió tanto su aparición que ni me di cuenta de que los fideos se habían deslizado por los palillos y se habían caído sobre la mesa.

—¡Kirio White, casémonos! —el señorito Davis no dijo nada más y fue directamente al grano.

Me quedé atónita, dejé los palillos en el bol y fui al baño para coger una toalla y tirársela a la cabeza.

—¿Se te ha ido la cabeza? Es mejor que hablemos de esto mañana cuando hayas recuperado la cordura.

No hizo nada para intentar coger la toalla, sino que dejó que se le estampara en la cara y cayese al suelo.

—Mi madre ha sufrido un paro cardíaco y el médico nos ha dicho que le quedan tan solo un par de días de vida.

A pesar de estar hablando de algo tan delicado, su expresión no había cambiado ni un ápice. Pasase lo que pasase, era impasible. Pero aquella noche, vi la tristeza y el miedo en su mirada.

Dicen que la persona que mejor te conoce no es alguien de tu familia, sino tu enemigo. Y, teniendo en cuenta que estábamos destinados a ser enemigos, yo lo conocía muy bien. Sabía que el último deseo de su madre era ver a su hijo felizmente casado ni tampoco podía verlo tan triste, así que fui compasiva y acepté su propuesta. Sin embargo, sabía que él estaba enamorado de otra mujer y no entendía por qué no le pedía matrimonio a ella.

El día de nuestra boda, su madre estaba sentada en una silla de ruedas para presenciar la ceremonia y su rostro pálido no reflejaba el dolor de su enfermedad, sino una sonrisa llena de felicidad. A la mañana siguiente de la boda, su madre pasó a mejor vida. No pasamos nuestra noche de bodas en una casa nueva, como lo hacían las parejas recién casadas; sino que en frente de la cama de su madre. Pero aquel día ninguno de los dos pudimos hacer nada por ella.

El día del entierro, cuando todos sus familiares ya se habían ido, él se quedó de pie ante la lápida de su madre. Se quedó ahí parado durante un buen rato. Bajo la intensa lluvia de aquel día se le veía abatido e impotente. Me acerqué para protegerle de la lluvia con el paraguas y me sorprendió ver su rostro bañado en lágrimas. Era la primera vez que veía llorar a aquel hombre arrogante e indiferente a todo. Posiblemente no se volvería repetir, pero no me atreví a mirarle a los ojos porque estaba desanimada y le entendía. Su madre era su única familia y desde su fallecimiento se había quedado totalmente solo en este mundo. ¿Qué dolor estaría sintiendo en ese momento?

Durante mucho tiempo no dejé de darle vueltas a todo lo que pasaba por mi cabeza. Si Yvonne Gray no me hubiese animado, seguramente todos esos recuerdos de los últimos tres meses no habrían aflorado. Yvonne no le dijo nada a sus padres sobre su vuelta porque temía que fuesen demasiado temprano al aeropuerto para recogerla; así que tan solo me lo dijo a mí. Cuando llegamos a su casa, sus padres se llevaron tal sorpresa que decidieron hacer una cena de bienvenida y, además, me invitaron a quedarme. Cené con su familia y después me marché a casa, pero cuando volví, me pareció que la casa estaba más vacía y fría que nunca. Estaba totalmente sola. Ezequiel siempre estaba muy ocupado y volvió muy tarde a casa. De hecho, cuando volvió a casa, yo ya me había quedado dormida. Por la mañana, al despertarme, él ya estaba listo para irse a trabajar y tan solo pude verle un par de minutos. Aquella mañana no intercambiamos ni una palabra.