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La esposa falsa

La esposa falsa

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Introduction
"Para proteger a su padre, Helene Yan se vio obligada a hacerse pasar por su hermana para casarse con Damien Qiao, un malhumorado hombre que estaba en silla de ruedas. «Si no consumáis el matrimonio en los primeros seis meses, podrás irte», le había dicho su madrastra. Helene creyó que iba a poder saldar la deuda que tenía con su familia y marcharse, ya que se suponía que Damien no podía tener relaciones. Sin embargo, apenada por la situación de Damien, Helene decidió cuidarlo y ayudarlo a que se recuperara. ¿Por qué el hombre en silla de ruedas podía levantarse y caminar? ¿Por qué tenía esa sonrisa tan encantadora? Amar a un hombre con tantos secretos era peligroso. Cuando Helene se enamoró de Damien, descubrió que casarse con ella era solo una parte del elaborado plan de venganza de Damien contra su hermano…"
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Chapter

Pase lo que pase, tú siempre serás mi única esposa.

Damien Qiao

Como la ciudad de Xuancheng estaba tan cerca del mar, junio no fue tan caluroso como se esperaba. Sin embargo, el caprichoso clima despertaba inevitablemente una sensación de inquietud en el corazón. La brisa marina no dejaba el menor rastro de frescura.

Ya estaba anocheciendo. Helene Yan se sentó en el balcón del estudio en el segundo piso, acariciándose el vientre.

—Mi precioso niño, veinte días más y nacerás. Mami te amará con todo el corazón.

Quizás este niño iba a ser la única fuente de amor que podía tener en su vida. Entrecerró los ojos mientras se perdía en sus pensamientos.

De repente sonó la notificación de mensaje del móvil que estaba adentro, sobre el escritorio. Helene abrió los ojos con suavidad y se puso de pie con cuidado para ir a buscar el teléfono. Era un vídeo de «Samantha Yan». Era su hermana mayor otra vez. Siempre enviando un mensaje o un vídeo. Helene ya estaba acostumbrada. Con una mano sosteniéndose el vientre, abrió el vídeo sin pensarlo. Eran un hombre y una mujer, desnudos, que se besaban con pasión, rodando sobre la cama…

—¡Damien, por favor! —gemía la mujer con timidez.

El vídeo duraba tres minutos; el hombre y la mujer estaban perdidos en un frenesí por el cuerpo del otro. Más allá de los gemidos ocasionales de la mujer, lo único que se oía era la respiración agitada del hombre.

Las personas del vídeo eran su esposo y su hermana.

—¡Ja, ja, ja! —se echó a reír con tanta fuerza que terminó llorando de risa.

Se dio vuelta bien despacio, protegiéndose el vientre redondo con las dos manos. Le comenzó a temblar todo el cuerpo. No le quedaba fuerzas. Cuando estaba dando un paso, tropezó con la gruesa alfombra y cayó al suelo. Sintió un dolor agudo en el abdomen. Era tan doloroso que apenas podía respirar. Trató de levantarse, con la visión borrosa por las lágrimas. Se las arregló para volver a ponerse de pie a pesar del dolor extremo, pero de repente sintió algo cálido que le goteaba por las piernas. El intenso dolor y la desesperación la hicieron desmayarse antes de que pudiera pedir ayuda.

Más tarde, la puerta del dormitorio se abrió. La sirvienta vio a la mujer tirada en el suelo.

—Señora, señora, ¿qué pasó? —gritó la sirvienta.

—La señora va a dar a luz pronto. ¡Llama al señor ahora! —escuchó que decía Lin, el amo de llaves.

Lo último que oyó fue el estruendo de una ambulancia…

Cuando volvió a abrir los ojos, se dio cuenta por la blancura que la rodeaba que estaba en un hospital.

¿El bebé?

Helene se acomodó despacio para tratar de sentarse. De repente vio a una enfermera que estaba ajustándole el suero intravenoso. La enfermera sonrió al verla despierta.

—Señora, despertaste —dijo.

Helene abrió la boca para hablar, pero la sequedad de la garganta le impidió emitir sonido alguno.

De inmediato la enfermera tomó el vaso de agua de la mesilla de noche y se lo acercó.

—¿Qué quería decirme, señora?

—Mi niño… —logró decir, pero era como si tuviera la garganta llena de algodón seco.

La enfermera vaciló. Terminó de preparar la vía intravenosa de Helene y la miró con simpatía.

—Por favor, descansa un poco. Si necesitas algo, ¡solo presiona el timbre!

Le dio la espalda para salir de la habitación, pero Helene la agarró del brazo.

—¿Dónde está mi hijo? ¡Por favor, tráeme a mi bebé! —dijo Helene con voz ronca.

—Señora… El bebé… ¡El bebé no sobrevivió! —dijo la enfermera con la cabeza gacha.

—¿Qué dijiste?

Al escuchar las palabras de la enfermera, Helene sintió como si alguien le hubiera vertido un balde de agua helada sobre la cabeza y estuviese empapada hasta los pies.

—Lo siento mucho, señora. El bebé sufrió falta de oxígeno por el nacimiento prematuro, y ya estaba muerto en el momento del parto.

Las lágrimas cayeron por el rostro de la enfermera cuando le dio la noticia. Helene le apretó con más fuerza el brazo.

—¡No, no puede ser! ¡No puede estar muerto! Salta y se mueve con tanta alegría en mi vientre todos los días. ¡Cómo puede estar muerto! ¡Tráemelo ahora mismo, por favor! ¡Quiero ver a mi bebé!

Con un movimiento repentino, Helene se quitó la aguja de la muñeca y salió corriendo de la habitación sin siquiera ponerse los zapatos.

Al ver que la mano de Helene goteaba sangre roja brillante, la enfermera se apresuró a sujetarla.

—Señora, el bebé está muerto. ¡Necesitas acostarte ahora, estás sangrando! —dijo la enfermera.

—¡Suéltame!—gritó Helene.

Apartó a la enfermera con todas sus fuerzas y salió a los tropezones de la habitación. Corrió a la sala de los recién nacidos lo más rápido que pudo, todavía descalza, y vio salir al médico.

—¿Dónde está mi bebé? Doctor, ¿dónde está mi bebé? —preguntó mientras lo sujetaba del brazo.

El médico pareció un poco aturdido un momento.

—Señora, lo siento, lo siento mucho. Como te desmayaste, el bebé sufrió falta de oxígeno. Hicimos todo lo posible, pero no pudimos salvarlo. Diste a luz hace menos de una semana. Necesitas cuidarte mucho. Seguro podrás volver a tener hijos en el futuro.

Poco a poco, Helene bajó los brazos y lo soltó. El bebé sufrió de falta de oxígeno y no lo pudieron salvar.

«Cariño, ¿tú también vas a abandonar a mami? Lo siento, mi niño precioso. Mami no debió desmayarse», pensó Helene. Las lágrimas le rodaban por las pálidas mejillas.

—Señora. ¡Señora! ¿Por qué estás descalza? ¡Te enfermarás! —dijo Lin, el amo de llaves, mientras se apresuraba a traerle un par de zapatos y la ayudaba a ponérselos.

Se había ido solo un rato y la señora ya se había despertado. Llamó de inmediato al señor. Mientras el amo de llaves estaba ocupado con la llamada, Helene caminó hacia la escalera y bajó. Se paró detrás de la enorme columna a la entrada del hospital y miró al cielo. «Hijo mío, ¿me estás esperando en el cielo? ¡Mami irá a acompañarte!».

En este momento, se oyó el rugido de un motor cuando un coche se detuvo frente a la entrada del hospital. Damien Qiao se bajó a toda prisa y corrió hacia el ascensor, sin preocuparse por cerrar la puerta del coche.

Helene salió de detrás de la columna y caminó despacio hacia el coche. Se subió al asiento del conductor y cerró la puerta. Cuando vio que las llaves seguían puestas, soltó una carcajada. Una risa de absoluta desesperación. Giró la llave de contacto y dio marcha atrás para irse del hospital.

Damien salió del ascensor y corrió de inmediato a la habitación de Helene, pero solo había un edredón hecho un bollo sobre una cama vacía. ¿A dónde se había ido?

De pronto, Lin entró a toda velocidad.

—¡Señor, se fue! ¡La señora se marchó! —dijo.

—¿Se fue? ¿No acaba de despertar? —dijo Damien.

De repente sintió que el corazón le latía desbocado y los párpados le temblaban sin control. Fue de inmediato hacia el balcón y vio que su coche salía del hospital. Abrió los ojos con sorpresa, y por un instante sintió que no podía respirar.

—¡Helene! —gritó.

Se dio vuelta, le arrebató las llaves del coche a Lin y saltó desde el balcón del tercer piso. Las enfermeras del segundo piso debieron haber tenido el susto de sus vidas cuando lo vieron volar por la ventana.

Helene iba a toda velocidad por la carretera. Un coche la seguía de cerca. Damien sentía que el corazón le ardía de impaciencia cuando vio que Helene aceleraba. Bajó la ventanilla para tratar de hacer que se detuviera.

—¡Helene, detén el coche! ¡Te estás poniendo en peligro! ¡Escúchame! —gritó.

No importaba lo fuerte que gritara, ella no podía oír nada. El coche se metió a toda velocidad en la autopista que salía de Xuancheng, rumbo al viaducto cerca del mar. Damien ya estaba al borde de un ataque de nervios. Quería adelantarse y detenerla, pero ella conducía a tal velocidad que era imposible detenerla sin lastimar a nadie. Lo único que podía hacer era seguir gritándole.

—¡Cariño, te lo ruego, detén el coche ahora mismo!

Helene no escuchó nada. Lo único que le importaba era su hijo que la esperaba en el cielo.

Se dirigió hacia el viaducto sobre el mar. Vio la barandilla del puente y sonrió. Tal vez esto fuera lo mejor, para poder ir a estar con su bebé en el cielo. El mundo era demasiado cruel, y lo único que deseaba era abandonarlo lo más rápido posible. La barandilla estaba cada vez más cerca mientras iba a toda velocidad por el viaducto. Cerró los ojos despacio y curvó los labios en una sonrisa encantadora e inquietante. El coche se lanzó hacia delante…